Roland Gift, el primer ‘punk’ negro

Photo by Alan Light / flickr (CC BY 2.0)

Exvocalista de la banda inglesa Fine Young Cannibals y estrella mundial en los años 80, dice que el problema social de Reino Unido ‘no es de raza, sino de clase’

No hay carteles de películas en la casa de Roland Gift en Holloway (Londres), y los discos de platino están empaquetados y guardados. Es un hogar que da pocas pistas sobre la notable historia de vida que este hombre de 59 años está a punto de contar: cómo el primer punk negro de Hull se convirtió en estrella internacional del pop y el cine.

“Siempre he tenido miedo de meterme en eso de la fama y el mundo del glamour,” dice hoy. Incluso cuando su banda — los Fine Young Cannibals, famosos en todo el mundo — encabezaba las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con su segundo álbum de 1989, The Raw & The Cooked, ya tenía una relación incómoda con el estrellato.

En la cima de la popularidad, luego de interpretar a Lucky Gordon en Scandal — la película sobre el caso Profumo — y ser nombrado una de las «50 personas más bellas» del mundo, se mudó de un momento a otro a su ciudad natal de Hull, pasando el rato en el club del barrio y trabajando como conductor de tractores. “Me gustaba estar en algún lugar donde no destacara por ser guapo. Nunca quise enamorarme de la imagen que veía en el espejo,” dice, encogiéndose de hombros. En 1990, después de que la primera ministra Margaret Thatcher llegara a la ceremonia de entrega de los premios BRIT Awards, los Cannibals devolvieron sus estatuillas y dijeron que «no querían ser parte de un evento del Partido Conservador». Así, a pesar del éxito global de The Raw & The Cooked, la banda nunca hizo otro álbum.

Sin embargo, Gift nunca esperó ser famoso: cuando crecía como un niño mestizo en la década de los 70, había pocos rostros negros en los anuncios o en la televisión. “Había actores negros en películas como Scum [Inmundicia] o Scrubbers [Limpiadores],” recuerda, “pero eso es lo gracioso… solo hacían personajes de prisioneros”. Hijo de un carpintero negro y una madre blanca encargada de tiendas de ropa de segunda mano, Roland pasó sus primeros años en Sparkhill (Birmingham), una de las primeras zonas multiculturales de Reino Unido. “No había carteles en nuestro vecindario que dijeran ‘prohibido irlandeses, perros y negros’. Porque todos éramos negros, marrones o irlandeses. Para mí eso era lo normal.”

Mudarse a Hull a los 11 años fue «un shock: solo había otros dos niños que no eran blancos en esa escuela», pero Gift nunca se sintió tratado inapropiadamente. Terminó en la escena punk de aquella ciudad industrial de Yorkshire, donde por su chaqueta de cuero negra, piel oscura y pelo rubio le empezaron a llamar Guinness, como la cerveza irlandesa. En un concierto de The Clash en Leeds, logró llamar la atención del cantante Joe Strummer. “Durante el concierto se le rompieron los pantalones,” se ríe Gift, contando que Strummer empezó a preguntar si alguien llevaba un imperdible — y luego una lluvia torrencial de aquellos artículos-insignia de la moda punk cayó sobre el escenario.

“Normalmente nunca llevaba, pero por alguna razón tenía un imperdible en mi chaqueta. Le grité: ¡Joe! ¡Joe!’ Y se agachó y lo cogió. Me sentí como en la imagen del techo de la Capilla Sixtina, donde Dios se inclina.” ¿Como si hubieras sido El Ungido? “Yo no sé nada de eso,” se ríe, “pero sí fue un gran momento”.

En ese momento fue que encontró su vocación. Estaba en la banda de ska punk Akrylykz cuando Andy Cox y David Steele — escocidos luego de la fractura de una de las primeras bandas multirraciales de Reino Unido, The [English] Beat — le reclutaron para Fine Young Cannibals, con el objetivo de mezclar rock y soul con la inimitable voz temblorosa de Gift, reflejado en éxitos como Good Thing, número 1 en Estados Unidos, y I’m Not The Man I Used To Be. Su éxito se produjo a pesar de que alguna figura importante de la industria les dijo que una banda blanca con un cantante de piel morena nunca llegaría muy lejos.

She Drives Me Crazy — éxito al otro lado del Atlántico también — era emitida tanto en radios universitarias como en estaciones urbanas (negras) norteamericanas, lo que suponía una rareza en ese entonces. “Se decían tantas tonterías sobre la raza y la música,” suspira, “como que ‘los negros tienen mejor ritmo’, cuando [la discográfica] Stax tenía músicos blancos y Leslie Kong, que era chino, produjo mucho reggae jamaiquino”.

A finales de los años 80 y 90, el mundo del cine británico también se abrió más a la diversidad. El primer papel de Gift fue el del apuesto y joven revolucionario Danny en Sammy and Rosie Get Laid, la continuación de 1987 del éxito que Stephen Frears y Hanif Kureishi habían logrado con la película My Beautiful Laundrette. A pesar de ello, Gift no llegaba al casting como favorito para el papel. “Alguien me dijo más tarde que pidieron a las mujeres de la oficina que pasaran y me echaran un vistazo,” explica, soltando una risilla. «Así conseguí el trabajo.»

Posteriormente, los proyectos han ido desde la serie de televisión Painted Lady de 1997 con Helen Mirren hasta la película Brakes de 2017 con Noel Fielding. Aparte de algún papel «estereotípico» que le han ofrecido, no cree haber experimentado barreras raciales. “No en pantalla. Pero sí podría suponer una barrera si uno quiere crear el contenido.” Y podría estar de acuerdo con el comentario de [el director de cine] Steve McQueen: «Si quieres entender el racismo y el clasismo en Gran Bretaña, empieza por ir a un estudio de filmación.»

“Me di cuenta de que eso pasaba en las discográficas. De repente, lo vi: ‘Todos éstos han salido de colegios privados. Ellos eran los titiriteros. E invariablemente eran de cierto color.”

“Podríamos obsesionarnos con eso de la identidad,” considera. “Yo soy mitad blanco y mitad negro. ¿Y qué pasa? Todos hacemos lo mismo.” Cuenta un incidente de su niñez cuando él y algunos amiguitos irlandeses, los chicos de apellido Magee, se metieron en un barrio elegante y se encontraron con dos niños vestidos con zapatos que brillaban de tan limpios. “Nos miramos unos a otros a través de la verja y ellos también eran mestizos, pero me di cuenta de que yo tenía más en común con los Magee, que eran blancos, que con esos otros niños. Su padre se los llevó lejos de nosotros. Así que no es racismo, es clasismo. Siempre es clasismo.”

Una división de otro tipo fue lo que acabó con los Cannibals en 1996. “Todos se hincharon de ego después del éxito. Hubo disputas acerca de que yo salía en películas, y luego la gente me decía cosas sobre Andy y David, y a cada uno de ellos sobre mí y el otro. Divide y vencerás, básicamente”. Cuando una nueva película buscaba música, Gift se presentaba para componer la banda sonora. “Y también Dave y Andy, pero no nos lo habíamos contado. Siempre habíamos prometido no ser de esas bandas que ‘llegan por separado’, pero un día terminamos siéndolo». Se ve que lo lamenta un poco. “Ojalá hubiéramos hecho un poco más de cosas juntos.”

En 2013, la invitación a una gira con Jools Holland reavivó su interés por cantar en directo, y en algunos shows tuvo una sensación casi trascendental. “Ninguna experiencia extrasensorial, sino más bien: ‘Mierda… mejor no perdamos el contacto con la realidad’. Suena un poco raro, ¿no?”

Gift canta canciones antiguas y nuevas en su último proyecto, Return to Vegas, un musical de teatro producido por BBC Radio 4. Interpreta a Johnny Holloway, músico de una banda a la que llama The Blacks, que consigue una serie de éxitos mundiales antes de que las cosas se tuerzan: Holloway adquiere «malos hábitos», vende los derechos de las canciones que se suponía serían su pensión y termina arruinado, sin amigos y recién en la calle luego de cinco años en prisión. “Es lo que podría haber sido mi historia, si las cosas hubieran sido diferentes,” dice.

Antes de este arreón creativo, Gift había ralentizado su carrera a propósito porque quería ser un padre presente para sus hijos. El suyo pasó tres años en prisión, “así que no quería estar aquí, allá y en todas partes”. Pero los dos hijos de Gift ya han crecido y su esposa, Louise, falleció de cáncer el año pasado. Está ansioso por sumergirse de nuevo en el trabajo; le han pedido escribir más para la radio, y le brillan los ojos cuando dice: «Escribir la obra me supuso, de alguna manera, una especie de cambio de vida.» Lo que Gift realmente no quiere es ser descrito como Johnny Holloway — su alter ego en Return to Vegas — cuando alguien le grita: “Ya no eres el hombre que solías ser [guiño a su canción I’m Not The Man I Used To Be].”

“Hay un sueño recurrente en el que Johnny está firmando en un mostrador y alguien se acerca y le dice ‘Ah, tú eres el que tocaba con los … ¡a ver, cántate algo!’”, y hace una mueca. “Eso sería una pesadilla para mí pero es la historia de Johnny, no la mía. Yo, todavía siento que tengo mucho que ofrecer.”

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Paul Weller está enfadado, y apunta a Spotify y Boris Johnson

El cantautor inglés publica disco acompañado de la sinfónica de la BBC, pero hacerlo no le ha suavizado en lo más mínimo

Paul Weller habla en un raro día libre que le deja la gira que hace por Gran Bretaña; hasta por teléfono, su famosa energía e inquietud es tangible. No es difícil imaginarle dando vueltas por su habitación de hotel. Una vez caminé con él por una calle del West End londinense una tarde de principios de verano, en que las oficinas ya estaban vacías y las aceras frente a los pubs aparecían llenas, y me llevaba a un ritmo agotador. El Modfather [juego de palabras entre Godfather, por la película «El Padrino», y mod, la tribu juvenil urbana a la que se adscribía en sus orígenes, a finales de los setenta, con la banda The Jam] va a todo gas.

A los 63 años, el compositor que compuso la banda sonora a la que The Jam hizo bailar a la Inglaterra de la época — quien luego se relocalizó en el soul y el jazz inmaculadamente ataviado junto a su siguiente banda The Style Council y que, más tarde, empezó una carrera en solitario que sigue dando gloriosos frutos — parece estar aún pisando el acelerador a fondo. Ocho hijos con cuatro parejas — incluidos sus gemelos, que llevan los espléndidos nombres Bowie y John Paul — un calendario de giras agotador, deja cada vez menos brechas entre álbumes: abandonar el alcohol en 2010 le ayudó a recalcular, después de años en los que la bebida estuvo quitando filo a su antigua navaja.

Quizá le rompió el corazón a sus fanáticos al terminar The Jam en 1982 — y, para ellos, al abandonar el agit-pop para convertirse en un melódico más — pero, aún así, Weller aún echa fuego: la sola mención de los errores recientes de Boris Johnson hace que salgan del autor de In The City valiosas perlitas.

«Preferiría tener a Peppa Pig de primera ministra,» dispara. «Es la misma mafia, es Eton Rifles [su canción, donde habla de los privilegiados alumnos de la famosa escuela de élite] otra vez, ¿no? Los mismos viejos compinches, todos cuidando de sí mismos. La única diferencia es que ahora ni siquiera se molestan en cubrir sus huellas. Son tan arrogantes… como si admitieran, ‘sí, somos corruptos, vete a la mierda’. Estamos en un estado de cosas chocante.»

Weller no se corta al opinar sobre el enfrentamiento entre artistas, plataformas de streaming y los principales sellos discográficos por la distribución de los ingresos de redifusión de la música, de la cual, dice, recibe una miseria. “Es solo codicia al final de todo; lucro y codicia. Se supone que todo debería ser más transparente ahora, pero sabemos muy bien que esto todavía no es así. Igual que el Gobierno: nadie intenta ocultarlo. Si ves la situación del streaming, es una puta broma, un insulto.»

“Hay personas que ganan miles de millones con la redifusión. Pero es igual a todo el engaño de los sesenta y setenta: Tin Pan Alley estafando a los artistas, los Beatles cobrando un centavo por venta de álbum entre ellos, toda esa tontería. Quieren aparentar ser más modernos y abiertos, pero todo sigue siendo lo mismo.»

Weller, claramente, no es un sentimental del pasado, pero admite cierto grado de desesperación porque la desigualdad de ingresos y las mayores privaciones financieras — causadas por la pandemia y el visado post-Brexit y las reglas de las giras — podrían afectar al futuro de la música y los músicos. “Realmente lamento la situación de los artistas jóvenes. Es un poco más fácil para alguien como yo, tengo mi catálogo. Pero los artistas jóvenes están jodidos. No reciben regalías, tienen que tener cientos de miles de visitas antes de que las discográficas siquiera se molesten en recibirlos, y si los fichan, igual no les pagan. La gente me dice: ‘Bueno, siempre puedes cobrar en los directos, ¿no?’. Ya, sí, pero solo si tocas para un cierto número de personas. Si tocas en pubs y clubes, probablemente ganes el mismo dinero que yo hace 40 o 50 años: un par de cientos de libras por noche entre tres. Es una burla.»

Músico que ha sorprendido siempre a lo largo de sus 43 años de carrera, Weller está a punto de lanzar otro tiro libre indirecto: An Orchestrated Songbook es un álbum de canciones extraídas de su catálogo antiguo, grabado en vivo en Londres la primavera pasada con el director y compositor Jules Buckley y la Orquesta Sinfónica de la BBC. La lista de canciones va desde English Rose — extraido de la obra maestra de The Jam de 1979, All Mod Cons — hasta las pistas del álbum más reciente de Weller, Fat Pop (Volume 1), de este año. Los delicados y exuberantes arreglos de Buckley engarzan delicadamente los temas a través de todas las décadas que abarca.

Visto con dulzura, Weller es la humildad personificada que deja estallar brevemente un honesto orgullo mientras habla del proyecto. “Estoy realmente agradecido por la oportunidad de hacer esto; no es algo que hubiera podido hacer yo solo. Me entregué por completo a Jules porque este tipo de cosas están realmente fuera de mi alcance.»

“Fue interesante escuchar algunas de las canciones, las más antiguas especialmente, en estos diferentes arreglos. Escuchar temas viejos de The Jam como English Rose y Carnation fue casi como escuchar música no escrita por mí. Y me dio, y espero que esto no suene arrogante, una mejor apreciación de algunos de esos temas de antaño. Los pude ver bajo una luz diferente.»

En sus directos, Weller ha oscilado durante mucho tiempo entre una negativa cerrada a ‘ensuciar’ sus setlists con éxitos, y estallidos repentinos de selecciones que hacen las delicias del público. En esta gira ha hecho un poco de ambas cosas. Pero no es que sea perverso, insiste; más bien, proviene del deseo de mantenerse comprometido.

“A veces me canso de tocar determinadas canciones de tanto repetirlas. Pero cuando estaba armando la lista de canciones para esta gira, repasaba viejos setlists y pensé: ‘¿Sabes qué? Echo de menos tocar Shout to the Top o My Ever Changing Moods o lo que sea’. Vuelvo a ellas, incluso aunque haya noches en que no tenga ganas de hacerlo. Depende. Cuando tocamos Town Called Malice toda la sala explotó. ¿Cómo no me iba a divertir con eso? Es muy conmovedor y energizante. Después de todo lo que ha pasado, ahora estoy feliz de tocar cualquier tema en cualquier lugar. Incluidos bar mitzvah y bodas.»

Todavía le preguntan si reformará a The Jam, pero sigue convencido de que nunca sucederá. Su banda actual, y él mismo, están viendo Get Back — la obra de Peter Jackson sobre los Beatles, a quienes Weller venera — y no le importa que, en partes de la película, ocurra muy poco. «Esa es a menudo la realidad de una banda: te quedas sentado, sin llegar a ningún lugar, y de pronto encuentras el ‘lugar’ al que quieres llegar.»

Weller está contento por la separación de los Beatles. «¿Te imaginas si hubieran continuado juntos? ¿Los Beatles en los ochenta? ¿Con esas jodidas cajas de ritmos y secuenciadores? Su legado está ahí asegurado para siempre. Si hubiéramos continuado, la gente no hablaría de The Jam de la forma como habla ahora. Tampoco es que nos compare con los Fab Four, obviamente.»

El eclecticismo del trabajo en solitario de Weller al final de su carrera no tiene parangón. Comenzando con 22 Dreams en 2008, ha lanzado ocho álbumes en una sucesión de éxitos que sus pares no están cerca de igualar. “No quiero hacer nunca una grabación deficiente, menos a mi edad. Lo mío es solamente una manera de pensar. La gente llega a cierta edad, se cierra ante las cosas nuevas y se queda feliz, estancada en la época en que tenía 15 años.»

Weller dice que nunca podría unirse al circuito del ‘legado corporativo’ y terminar produciendo éxitos por dinero, publicando para cobrar pero vacío por dentro. «No, colega, eso no va conmigo. Preferiría ir a tocar covers en un pub.» Y se pone a caminar, buscando su próximo objetivo musical. Y que siga caminando.

Artículo de Dan Cairns
Publicado / actualizado en The Times el jueves, 2 de diciembre de 2021

Traducido al español por Alejandro Tellería-Torres

Enlace al artículo original en inglés: https://www.thetimes.co.uk/article/paul-weller-is-angry-take-cover-spotify-and-boris-johnson-nkdwlkrnh