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Mientras va quedando claro que en Ucrania no podrÔ vencer, Vladimir Putin recurre a la represión interna
CUANDO VLADIMIR PUTIN ordenó la invasión de Ucrania soñaba con restaurar la gloria del imperio ruso, pero ha acabado restaurando el terror de Josef Stalin. No solo porque ha desatado el acto de agresión no provocado mÔs violento en Europa desde 1939, sino también porque, como resultado, se estÔ convirtiendo en un dictador en casa: un Stalin del siglo XXI que recurre como nunca antes a la mentira, la violencia y la paranoia.
Para comprender la escala de las mentiras de Putin, se debe considerar cómo se planeó la guerra. El presidente de Rusia pensó que Ucrania colapsarĆa rĆ”pidamente, por lo que no preparó a su pueblo para la invasión ni a sus soldados para su misión; mĆ”s bien, afirmó ante Ć©lites internacionales que aquello no sucederĆa. DespuĆ©s de dos semanas terribles en el campo de batalla, Putin sigue negando haber montado lo que podrĆa convertirse en la guerra mĆ”s grande de Europa desde 1945. Para sostener esta mentira que abarca todo, ha cerrado casi todos los medios independientes, ha amenazado a periodistas con penas de hasta 15 aƱos de prisión si no repiten como loros las falsedades oficiales, y ha detenido a miles de manifestantes contra la guerra. Al insistir en que su āoperaciónā militar es desnazificar a Ucrania, la televisión estatal estĆ” reestalinizando a Rusia.
Para captar el apetito de violencia de Putin, veamos cómo se libra la guerra. Al no haber logrado una victoria rĆ”pida, Rusia trata de sembrar el pĆ”nico matando de hambre a ciudades ucranianas y atacĆ”ndolas a mansalva. El 9 de marzo bombardeó un hospital materno-infantil en Mariupol. Si Putin estĆ” cometiendo crĆmenes de guerra contra los colegas eslavos que elogiaba en sus escritos, estarĆ” mĆ”s que listo para empezar una matanza en su propia casa.
Y para medir la paranoia de Putin, imaginemos cómo termina la guerra. Rusia tiene mĆ”s potencia de fuego que Ucrania. TodavĆa estĆ” avanzando, especialmente en el sur. TodavĆa puede capturar la capital, Kyiv. Y, sin embargo, incluso si la guerra se prolonga durante meses, es difĆcil ver a Putin como el vencedor.
Supongamos que Rusia logra imponer un nuevo gobierno. Los ucranianos ahora estĆ”n unidos contra el invasor. El tĆtere de Putin no podrĆa gobernar sin una ocupación, pero Rusia no tiene ni el dinero ni las tropas para controlar ni siquiera la mitad de Ucrania. La doctrina del ejĆ©rcito estadounidense dice que para hacer frente a una insurgencia, en este caso, una respaldada por la OTAN, los ocupantes necesitan de 20 a 25 soldados por cada 1000 habitantes; Rusia tiene un poco mĆ”s de cuatro. Si, como el Kremlin habrĆa comenzado a indicar, Putin no impone un gobierno tĆtere ā porque no puede ā entonces tendrĆ” que llegar a acuerdos con Ucrania en las conversaciones de paz. Sin embargo, le costarĆ” hacer cumplir cualquier pacto de este tipo. DespuĆ©s de todo, ĀæquĆ© harĆ” si la Ucrania de posguerra reanuda su deriva hacia Occidente? ĀæInvadirla?
La verdad es que, al atacar a Ucrania, Putin ha cometido un error catastrófico. Ha arruinado la reputación de las supuestamente formidables fuerzas armadas de Rusia, que han demostrado ser tĆ”cticamente ineptas contra un oponente mĆ”s dĆ©bil y peor armado, pero muy motivado. Rusia ha perdido muchĆsimo equipo y pertrechos y ha sufrido miles de bajas, casi tantas en dos semanas como las que ha sufrido Estados Unidos en Irak desde su invasión en 2003.
Putin ha impuesto sanciones ruinosas dentro de su propio paĆs. Su banco central no tiene acceso a la moneda fuerte que necesita para respaldar el sistema bancario y estabilizar el rublo. Las marcas que defienden la apertura, como [la sueca] IKEA y Coca-Cola, han cerrado sus puertas. Algunos bienes de consumo estĆ”n bajo racionamiento. Los exportadores occidentales estĆ”n reteniendo componentes vitales, lo que provoca parones en las fĆ”bricas. Las sanciones a la energĆa, por ahora limitadas, amenazan con reducir las divisas que Rusia necesita pagar por sus importaciones.
Y ademĆ”s, al igual que Stalin, Putin viene destruyendo a la burguesĆa, el gran motor de la modernización rusa. En lugar de ser enviados a un gulag, huyen a ciudades como Estambul en TurquĆa, y ErevĆ”n en Armenia. Aquellos que optan por quedarse estĆ”n siendo amordazados con restricciones a la libertad de expresión y de libre asociación. SerĆ”n afectados por la alta inflación y la dislocación económica. En solo dos semanas, han perdido su paĆs.
Stalin presidió una economĆa en crecimiento. Por muy asesino que fuera, se basó en una ideologĆa reale, incluso cometiendo ultrajes, consolidó el imperio soviĆ©tico. DespuĆ©s de ser atacado por la Alemania nazi, fue salvado por el increĆble sacrificio de su paĆs, que hizo mĆ”s que ningĆŗn otro para ganar la guerra.
Putin no tiene ninguna de esas ventajas. No solo no logra ganar una guerra que ha empezado Ć©l y que empobrece a su pueblo: su rĆ©gimen carece de un nĆŗcleo ideológico. El āputinismoā, tal como es, combina el nacionalismo y la religión ortodoxa para captar audiencias televisivas. Las regiones de Rusia, que se extienden a lo largo de 11 zonas horarias, ya murmuran que esta es una guerra solo de MoscĆŗ.
A medida que queda clara la magnitud del fracaso de Putin, Rusia entrarĆ” en el momento mĆ”s peligroso de este conflicto. Las facciones del rĆ©gimen se enfrentarĆ”n entre sĆ en una espiral de culpas. Putin, temeroso de un golpe, no confiarĆ” en nadie y puede que tenga que luchar por el poder. TambiĆ©n puede tratar de cambiar el curso de la guerra aterrorizando a sus enemigos ucranianos y expulsando a sus patrocinadores occidentales con armas quĆmicas o incluso con un ataque nuclear.
Mientras el mundo observa los sucesos, debe proponerse limitar el peligro que se avecina. Debe pinchar las mentiras de Putin fomentando la verdad. Las empresas tecnológicas occidentales se equivocan al cerrar sus operaciones en Rusia, porque de esa manera estĆ”n dando al rĆ©gimen el control total sobre el flujo de información. Los gobiernos que dan la bienvenida a refugiados ucranianos tambiĆ©n deberĆan dar la bienvenida a los emigrados rusos.
La OTAN puede ayudar a moderar la violencia de Putin, al menos en Ucrania, si continĆŗa suministrando armas al gobierno de Volodymyr Zelensky y apoyĆ”ndolo si decide que ha llegado el momento de entablar negociaciones serias. TambiĆ©n puede aumentar la presión sobre Putin al impulsar sanciones energĆ©ticas mĆ”s rĆ”pidas y profundas, aunque a un coste para la economĆa mundial.
Y Occidente puede tratar de contener la paranoia de Putin. La OTAN deberĆa declarar que no dispararĆ” contra las fuerzas rusas, siempre y cuando no ataquen primero. No debe darle a Putin una razón para llevar a Rusia a una guerra a mayor escala declarando una zona de exclusión aĆ©rea que necesita ser aplicada militarmente. Por mucho que a Occidente le gustarĆa un nuevo rĆ©gimen en MoscĆŗ, debe declarar que no designarĆ” uno directamente. La liberación es tarea del propio pueblo ruso.
Ante el hundimiento de Rusia, el contraste con su presidente vecino es evidente. Putin estĆ” aislado y moralmente muerto; Zelensky es un valiente ciudadano de a pie que ha unido a su pueblo y al mundo. Es la antĆtesis de Putin, y quizĆ”s su nĆ©mesis. Pensemos en lo que podrĆa llegar a ser Rusia, una vez liberada de su Stalin del siglo XXI.
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ArtĆculo de Redacción
Publicado / actualizado en The Economist el viernes, 12 de marzo de 2022
Traducido del inglĆ©s por Alejandro TellerĆa-Torres
Enlace al artĆculo original: https://www.economist.com/leaders/2022/03/12/the-stalinisation-of-russia

